jueves, diciembre 07, 2006

Las Paginas Libres que me prohibieron leer

Fue por el año de 1990 cuando culminaba el primer gobierno del entonces inefable Alan García Pérez, cuando las calles limeñas vieron surgir un diario de abierta oposición a la candidatura del FREDEMO. El diario se llamaba “Páginas libres”, el cual tenía por director a Guillermo Thondirke y su primer número veía la luz de la capital con el titular ¡Por fin, una buena noticia! “EL PERU YA TIENE QUIEN LE ESCRIBA”. Sin embargo la “buena noticia” duró muy poco, el diario salió de circulación muy rápidamente, creo que no duró ni un semestre. Sin embargo albergó dentro de su equipo de editorialistas, redactores y colaboradores a una serie de personalidades hoy muy reconocidos en los diferentes medios de comunicación y otras esferas de la intelectualidad peruana: Luís Jaime Cisneros, Diego García Sayán, Constantino Carvallo, Rocío Silva Santisteban y algunos más jóvenes como Beto Ortiz, Alfredo Barnechea y el hoy conductor del espacio deportivo “El Especialista”, Philip Butters, estuvieron dentro su plantel de colaboradores. Aquel diario traía los domingos, en su edición especial, los llamados “periolibros”: entrega de libros en formato de periódico, idea concretada que el escritor Manuel Scorza no pudo hacer realidad en vida. Esta iniciativa de facilitar el acceso a los libros fue bien acogida por mis padres, motivo por el cual se dispusieron adquirirlos ya que mi hermana mayor cursaba en esos años sus estudios de Legua y Literatura en la Universidad. El primer ejemplar se compró un domingo de marzo, día en que el diario traía el primer número de los periolibros. Cada uno se apropió de la sección con el cual más simpatizaba. Mi padre como de costumbre cogió la página principal donde aparecía las noticias locales y sobretodo de política, mi hermana mayor cogió el “periolibro” que ese día traía a “Redoble por Rancas” de Manuel Scorza y mi hermano y yo, acostumbrados a disfrutar de los suplementos infantiles cogimos el “Nazca Comic”, un suplemento infantil que aparecía en formato de historieta. La lectura de aquellas historias poco a poco provocó en nosotros explosivos ataques de risa que despertó la curiosidad sobretodo de mi madre quien al leerlas se horrorizó con las imágenes explícitamente eróticas y el lenguaje sórdido de las tiras cómicas. Lo que llevó a que nos ganáramos una fuerte reprimenda por haber tenido el atrevimiento de leerlas. Acto seguido el suplemento fue censurado y desterrado, a un lugar donde nada ni nadie debía siquiera tocarlo puesto que era un atentado contra las buenas formas y costumbres. -¡Nadie lo toca!- fue la consigna. Tiempo después llegué a saber que Nazca Comic perteneció al Grupo Nazca, generación de jóvenes historietistas que irrumpieron en la escena local con un humor ácido y un vocabulario algo sórdido que distaba sobremanera con todas aquellas historias que hasta entonces mi madre nos había hecho leer de niño. Todavía recuerdo a la historieta titulada “Vida mundana” que tocaba aspectos sórdidos de la vida cotidiana limeña y “Niños de la Calle” sobretodo esta última que era la historia de una realidad que en ese entonces reflejaba la situación de un país golpeado por la violencia, la pobreza y la exclusión: la historia de los “pirañitas”. Al final el suplemento llegó a parar al techo de mi casa sobre una vieja mesa que se mantenía en pie gracias al sostén de dos caballetes viejos que habían sobrevivido a los primeros años de la construcción. Nadie lo tocó. Con el viento llegó a parar al piso y día tras día lo vimos ponerse amarillo del óxido, soportando la inclemencia de ese verano electoral sin que nadie de la familia, ni siquiera mi padre, se atreviera a deshacerse de ella. Esto me hizo acordar a la moneda que, en “Redoble por Rancas”, se le cayó al Juez de primera instancia Francisco Montenegro y que a la orden del alcalde nadie del pueblo se atrevió a tocarla hasta que el mismo dueño la recogió al cabo de doce largos meses en que todo el pueblo giró ante ella.
Hoy, todo eso no es más que una anécdota del cual nos reímos cada vez que nos acordamos en alguna cena familiar. Así era el carácter de mi madre siempre mandando e impartiendo instrucciones a todos. Creo que hasta el día de hoy no ha perdido la costumbre sólo que ahora son menos las situaciones en las que puede ponerlas en práctica. Ya todos hemos crecido y sólo mi padre de cuando en cuando tiene que sortear con algún carajo esos ímpetus de cacica de Acos, con los que tuvimos que convivir todos esos años pero del cual al menos yo no tengo nada que reprochar.