domingo, diciembre 07, 2008

Adolescencia

Acabo de leer un párrafo del libro de Constantino Carvallo que habla de la adolescencia; y me ha sido imposible no detenerme a pensar en mi sobrino, el hijo de mi hermana, la única de la familia que ha tenido la valentía de tener hijos en un país donde los hijos no se planifican sino sólo se hacen y luego lamentan. El chico que ha cumplido catorce años algunos meses atrás, ha dejado ser el niño travieso que venía a casa y jugaba con mi madre al ajedrez y lloraba al perder al igual que nosotros cuando éramos pequeños. ¡Ha crecido!, y mi madre ya no lo puede cargar como antes a su llegada cuando viene a casa a visitarnos. Ahora es él quien la carga porque está más grande que ella.
La última vez que lo vi estaba algo esquivo y retraído y me llamó mucho la atención. Hace unos días, me he enterado por mis padres, que el chico ya no quiere ir a la escuela, aduciendo que está cansado de estudiar y que el nivel de los profesores no le satisface. De las excelentes notas que solía ostentar ha disminuido considerablemente. Mi hermana que lleva el ritmo de exigencia educativa para con sus hijos exactamente igual como lo hacía mi madre con nosotros, ha entrado en crisis. No sabe qué hacer y ha tomado la decisión, junto con su esposo, que deje de ir al colegio por una semana. Así de simple. El chico ha ido a la casa de mis padres y lo ha contado todo. Mi madre, con esa habilidad que tienen la abuelas para sacar las cosas que uno a esa edad no quiere contar o acaso no debe, se ha encargado de obtener de mi sobrino archivos detallados de lo sucedido. Le ha dicho que ya no quiere que le exijan más, que está cansado siempre de que sus padres esperen de él las mejores notas, los mejores promedios; está cansado de saber “más” que lo profesores en algunas materias; está cansado que lo hayan cambiado de colegio tantas veces como de calzoncillo; está cansado de estar siempre adelante; está cansado de haber obedecido siempre.
Mi madre con toda la experiencia de los años y de tantas promociones de niños a la vez, se ha dado cuenta que mi sobrino quiere ser escuchado, pero también quiere aliados. Aliados en una lucha frontal contra sus padres. Ahora recuerdo que hace algunos días lo encontré en el Messenger y me invitó a leer su página en Internet, ya que recién había colgado un post. Me pareció genial sólo la idea de que lo estuviera haciendo. Lo felicité y después de leerlo me di cuenta que había talento en esas líneas. Le hice un comentario y entre una de las cosas que le dije fue que mejor se dedicara a escribir en vez de perder el tiempo en el colegio. Ahora me arrepiento de haberle dado ese consejo y en cierta forma me siento culpable de lo que está pasando. Aunque sigo creyendo en lo que le dije, creo que a su edad hay que tener cuidado con las cosas que uno puede decir. Uno no sabe como un chico en plena búsqueda de paradigmas va ha canalizar todo aquello que escucha, lee o acaso observa. No sé si lo que le escribí habrá influenciado en algo, espero que no. Creo más bien que gran parte de lo sucedido tiene que ver con la adolescencia, esa edad donde queremos afirmarnos como individuos, libres, pensantes y capaces de tomar nuestras propias decisiones. Esa edad de los cuestionamientos a la autoridad de los padres; esa edad en donde creemos que podemos valernos por si mismos, a pesar que son nuestros padres los que nos dan casa, comida y techo. Pero eso no nos importa, eso no cuenta a la hora del careo, creemos que tenemos el derecho así de simple. Mi madre, sin embargo no ha caído en su “juego”, le ha hecho reconocer en su nieto algunos errores. Errores que el chico con mucha madures ha sabido enumerar: la soberbia ha sido una de ellas. Acaso la más horrible y peligrosa de todas.
Cuando me pongo a meditar en estos hechos, trato de encontrar algunas posibles causas de este compartimiento. Buscando algunas respuestas desde la comodidad de mi computador, como siempre, al lado del camino. Y entonces caigo en la cuenta que no he olvidado del todo el oficio de historiador y trato de comprender su presente con parte de su pasado. Y pienso tal vez que más allá de su adolescencia pueda estar el hecho de su educación diferente. Una educación liberadora y de pensamiento crítico que mi hermana y su esposo han procurado darle sin saber que esto algún día podía devolverles como un boomerang y agarrarlos desprevenidos sin saber exactamente qué hacer. El niño ha crecido. Es otra persona. Es el resultado de una educación y un contexto familiar acaso poco común. ¿Están acaso sus padres, que tuvieron una educación obediente y represora, preparados a recibir a un chico así, pensante y cuestionador? Muchos a esa edad no queremos estudiar, ni ir al colegio pero canalizamos estos deseos con otras actitudes: bajísimas notas, escapadas del colegio, curiosidad por lo prohibido, etc. Pero ¿a quién se le ocurre acaso cuestionar el hecho mismo de ir al colegio, sobre todo aduciendo que ya no tiene nada que aprender? ¿Estamos acaso preparados para los efectos de una educación diferente?
Lo último que me he enterado es que sus padres han decido mandar al chico a provincia por una semana, hacer una especie de “pasantía” en un colegio estatal. Mi padre que no ha visto con buenos ojos esa decisión sabe que no puede entrometerse y sólo se ha limitado a mostrar su disconformidad con un gesto de la cara. Mi madre en cambio cree que es una buena idea, que servirá para que el chico se despeje un poco y se aleje del estresante bullicio de la capital. Yo comparto su idea y pienso por qué no pensó lo mismo cuando yo estaba en etapa escolar. Será porque es más fácil opinar del alguien cuando no son tus hijos. O será acaso porque los padres también aprenden con la experiencia y buscan la oportunidad de saldar algunas cuentas ya no con los hijos por que están grandes, sino para con los nietos. Yo no sé si servirá de algo mandar a mi sobrino a la Puna a convivir entre el frío, la lluvia y la miseria de la educación estatal. Sólo sé que a esa edad me hubiera ido encantado con tal de dejar todo atrás como ahora quisiera hacerlo con el trabajo. Sin embargo, no sé si será lo mejor para él. No lo sé, ni puedo saberlo. No tengo hijos y después de todos estos avatares ya no sé si quiero tenerlos. Me da pánico tener que afrontar todos estos problemas. Soy un cobarde. Pero creo que Constantino Carvallo tenía razón cuando dice que la adolescencia tiene dos caras que nunca se miran. Una es la del adolescente en pleno cambio y que todos señalan como el único protagonista de esta historia; sin embargo, hay otra cara, la de los padres, que también cambian o deberían hacerlo y que no deberían olvidar.

5 comentarios:

David Cotos dijo...

ese libro debe ser bueno. he leído frases de Carvallo luego de su muerte, más que interesantes.

Anónimo dijo...

En que libreria de Lima puedo conseguir el libro de Carvallo. Soy de Huánuco.

Isaac Colca Almonacid dijo...

No sabría decirte pero aca en Lima casi todas las librerias lo vende. El libro se titula "Diario Educar" Tribulaciones de un maestro desarmado. Y es muy bueno, te lo recomiendo. Sobre todo si eres docente

Anónimo dijo...

creo que a todos los adelescentes les pasa lo mismo. de alguna manera los padres te imponen un modo de entender la vida pero ya en la adolescencia se cuestiona mucho esa labor. dificil labor la de ser padres poque si de niños los hijos los dejaron actuar a su gusto, ya de grandes tomaran la riendas que mejor convengan a sus vidas.

Jose Uceda dijo...

Vaya amigo, no sabía que habías leído a Carvallo. Tuve el privilegio de estar durante la presentación de ese libro a mediados del 2005 (si mal no recuerdo) en una mesa de ponentes muy interesantes como Luis Jaime Cisneros y un psicoanalista que trabaja en los Reyes Rojos. Cada vez que puedo lo vuevo a leer y vaya que es bueno. Una pena que Constantino nos haya dejado... un gran pensador, innovador en temas de educación y mejor dirigente futbolístico. Un abrazo.