domingo, agosto 10, 2008

Humbertito, ya tienes 30 años…

Me despierto y un dolor en el tobillo me recuerda que hoy a primera hora debo ir al hospital. Me mudo de ropa y en vez de usar zapatos me pongo solamente unas sandalias. Camino con mucha dificultad. Ya es algo tarde pero el olor a panqueques que se despide de la cocina me hace retroceder unos minutos que al final se terminan convirtiendo en una hora. Un dolor en el tobillo nunca es lo suficientemente fuerte para dejar de lado los panqueques que prepara mi hermana, sobre todo si estos vienen acompañados de un buen jarro de café recién pasadito. Por momentos he olvidado el dolor, el trabajo, el hospital y la danza. Esta última la culpable de mi dramática situación. Termino de desayunar con mi familia y salgo a la calle con mucha dificultad, compro un periódico en la esquina y tomo el micro que me lleva al hospital más cercano. En la entrada hay una chica que da informes, le pregunto si hoy hay atención en Traumatología; asiente con la cabeza y sin dejar su forzada sonrisa me indica la cola que hay que hacer para pagar y separar la consulta. La cola es pequeña lo cual ya es buen comienzo, odio los hospitales y por lo general trato de permanecer el menor tiempo posible en ellos. Separo mi cita y me dirijo al consultorio. Espero unos minutos y luego de tres pacientes la asistente del doctor me llama por mi apellido. Al ingresar encuentro a un gordito bonachón de sonrisa amigable, que me saluda por mi segundo nombre dejando sin lugar a dudas su claro acento norteño. – Hola Humbertitooo. – Toma asiento Humbertitooo - ¿En que te puedo ayudar Humbertitooo? – Sus bigotes cortos y cuadrados me hacen recordar a Chespirito cuando hacía de Chaparrón Bonaparte. Trato de no reírme de la idiotez que se me acaba de ocurrir y le cuento mi dramático caso. Le hablo de mi dolor en el tobillo, del trabajo, del baile que estaba practicando y de la inveterada costumbre de recetarme algunos medicamentos. El doctor me escucha pacientemente, me pide que pase a la camilla y luego de examinarme por unos minutos me expide una orden para que me saque una radiografía. Felizmente en el laboratorio de rayos X no hay muchos pacientes, así que pago la radiografía y un viejito con cara de pocos amigos me toma la placa de mala gana. Me acuerdo de su familia por unos instantes y espero que el sacrificio acabe pronto. Felizmente todo pasa rápidamente y con la placa en mis manos me dirijo nuevamente adonde Chaparrón Bonaparte. Luego de revisar la placa el doctor descarta lo peor. No hay fisuras Humbertitooo me dice. No hay de qué temer, es sólo una inflamación en los tendones. Y me explica todo el mecanismo de funcionamiento con sus manos. Lo escucho y antes de que pueda decir nada me pregunta si antes había bailado. Le cuento que mi madre de muy niño me obligó a bailar marinera y que luego de eso no había vuelto a tener una experiencia parecida. – Ajá, es por eso Humbertito – replica el doctor para luego sentenciar – lo tuyo no es el baile, además Humbertito, ya tienes 30 años. Y me lanza una sonrisa cachacienta. Y antes de que pueda reaccionar prosigue diciéndome que a los 30 años el cuerpo empieza a seleccionar solito lo que le conviene y no le conviene, si a los 20 años tienes muchos amigos y tomas como vikingo, a lo 30 años tus amigos disminuyen y dejas de tomar por que ya te das cuenta de lo que te hace daño. Hasta que al final te quedas con un solo amigo - ¿sabes cuál es? – me pregunta – y antes de que pueda ensayar una respuesta me responde – Tu perro. Y se sigue riendo mientras en una hoja membretada escribe presuroso sus indicaciones médicas. Yo por no quedarme callado le replico su contundente afirmación con una pregunta que yo creo inesperada– ¿y la esposa?_. Me queda mirando y tratando de parecer serio me replica contundentemente: - No, ¡Tu perro!. ¡Tu perro y tus padres si es que todavía viven!. Sonrío, porque después de todo me da gracia con sentido del humor toma la vida este señor. Luego me alcanza la receta y me explica sus indicaciones. Le digo que me da pena porque ya no podré participar en la presentación de baile que es dentro de diez días. Me mira y me dice – Así es pues Humbertito, yo también quería ir a las Olimpiadas de Beijíng pero no podré hacerlo_ y entonces los dos soltamos una carcajada y nos despedimos con un fuerte apretón de manos. A buen entendedor pocas palabras. A la salida su asistente me mira extrañada. Debe preguntarse qué es lo que me causa tanta gracia. En la puerta del hospital, la señorita que da los informes hace lo mismo. Debe pensar que estoy mal de la cabeza, y quizá lo esté porque saliendo de este Hospital ya no estoy tan seguro de odiar tanto a mi perro.

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